El encanto personal es una arma secreta. La suprema seducción contra la cual hay pocas defensas. El encanto personal es un aura, un perfume invisible que flora en el aire. No puede suprimirse a voluntad, ni tiene una fórmula fija para lograrlo; si uno cree poseerlo, probablemente le falte.
En la mujer, el encanto personal es probablemente más completo que en el hombre y requiere una gran variedad de sutilezas. Es cierto fulgor en el rostro, la peculiar efusión de una bienvenida, un sostenido aire de satisfacción por nuestra compañía y un callado pesar ante una despedida. La mujer con encanto personal no encuentra a ningún hombre insulso; en su presencia, él se trasforma no solo en un ser distinto, sino en la clase de persona que anhela ser.
El encanto envuelve a la mujer con ese resplandor de felicidad que atrae al hombre, quien, ante el carácter femenino, reafirma su masculinidad y renueva su impulso vital. Su encanto reside también en cierto aire de maternalismo intemporal, en el efecto tranquilizador de su sola presencia, que puede disipar en el hombre la ira y frustración de un instante y hacerlo reponerse, a voluntad, de sus fracasos.
En el hombre, el encanto personal está en la habilidad de conseguirla adhesión de una mujer mediante un decidido reconocimiento de su singularidad. La admiración silenciosa es rara vez suficiente; lo que vale es lo que el hombre dice, sus osadas declaraciones, el vuelo de su fantasía, el descubrimiento de virtudes ocultas. El hombre se enamora con los ojos, la mujer con el oído. Dijo una vez un Voltaire ya marchito:“Dadme unos minutos la palabra, sin enseñar la cara y seré capaz de seducir a la reina de Francia”.
La mayoría de los niños lo tienen y también los viejos que nada pueden perder y hasta los animales. En los niños y en los animales pequeños reside, a menudo, en su mirada inocente; en las muchachas y en los potrillos, está en el andar torpe, en la incapacidad para gobernar sus movimientoscon las piernas. Pero ese encanto es pasivo y atrae porque despierta nuestro instinto de proteger al débil.
El encanto es una cualidad innata y no se adquiere con trucos, como es el de fruncir la nariz o dar un tono risueño a la voz. Existe una sensibilidad interior respecto de los otros que la mayoría tiene y que puede enriquecerse si se le presta atención.
El encanto también se revela en una sensación de tranquilidad, en modales correctos y llenos de naturalidad y a menudo en un donaire nacido más de la confianza y la serenidad mental que de la juventud. El encanto personal, es el más poderoso elemento de la conducta, proporciona la oportunidad de dar a su existencia un instante de gloria. Se asemeja al amor porque se impone sin la fuerza, prodigando sus dádivas como la luz del día que nace. Atrapa a su víctima, pero nunca castiga y desarma desarmándose a su vez; ataca sin herir.
Laurie Lee
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